Entre despedidas y comienzos, aprendí a no dudar de mí
Una carta desde Berlín sobre volver a empezar con claridad.
Nunca pensé que iba a volver a Berlín.
De verdad. Incluso cuando, esta ciudad ha sido de las pocas que se sienten como en casa… simplemente me parecía un déjà vu que pensaba no se iba a repetir.
Sin embargo, en medio del torbellino emocional de los últimos meses, la solución más sensata y segura… era Berlín.
No porque lo tuviera todo resuelto aquí, sino porque yo me siento resuelta aquí.
Es una ciudad que conozco sin GPS, donde tengo amigas que me han visto llorar y reír sin filtros, donde puedo caminar sin sentirme extranjera. Berlín no me pide explicaciones. Me deja ser. Me deja comenzar.
La decisión no fue repentina. En realidad, cuando me mudé, pensé que era temporal. Un par de meses para resetear. Pero un fin de semana con mi mejor amiga, unas conversaciones nuevas, una noche que me hizo reír como hace tiempo no reía… y lo sentí.
Este es el lugar desde donde quiero reconstruirme.
Porque para ese entonces, mi día a día ya se había vuelto insostenible.
Seguía viviendo con mi ex pareja. Y no cualquier ex. Alguien que fue importante, con quien compartí años de vida, proyectos, sueños.
Y aunque hubo cariño, la convivencia se volvió silenciosamente dolorosa.
Una casa que ya no era hogar.
Una rutina donde el espacio para el respeto se iba yendo.
Seguí ahí más tiempo del que debía. Por logística. Por costumbre. Por no tener el plan perfecto aún.
Y aun así, nunca me perdí del todo. Porque cuando las cosas se pusieron feas—cuando los diálogos se volvieron hirientes—me acordé de algo que aprendí en mis años viviendo en Suiza:
la diplomacia es un arte de supervivencia.
Es como en la película Matrix, cuando el protagonista principal esquiva las balas sin perder la elegancia.
Uno no responde con gritos o palabras hirientes. Uno responde con pausa. Con palabras bien pensadas que llegan directo pero con elegancia y astucia. Con esa firmeza silenciosa que duele más que cualquier grito.
Y entendí algo poderoso: no necesito quedarme donde no soy vista entera.
Lo más difícil no fue irme. Fue aceptar que durante mucho tiempo me conformé con migajas de diálogo. Que confundí el potencial de lo que fue con la realidad de lo que es.
Y eso dolió. Porque yo lo sabía. Pero igual me quedé.
Hasta que ya no más.
Hoy, desde Berlín, siento otra vibración en mí.
No es euforia. Es claridad.
No tengo todo resuelto. Aún estoy buscando casa, ordenando la rutina, reformulando mi trabajo.
Pero me tengo a mí.
Y eso basta.
Porque Stefy ya no duda a Stefy.
Y esa certeza se nota.
En cómo hablo.
En cómo salgo a una cita sin necesidad de complacer.
En cómo respondo en entrevistas de trabajo sin venderme barata.
En cómo, cuando alguien no sabe sostener una conversación emocionalmente adulta, simplemente me levanto y me voy.
Berlín sigue siendo Berlín. Cruda, caótica, sexy, honesta.
Pero yo ya no soy la misma.
Soy la mujer que sabe retirarse a tiempo. Que sabe que su voz es herramienta, no ornamento.
Y que se recuerda todos los días: nunca más me abandono por quedarme en lo cómodo.